Hijoputarum virae, ire in malam crucem

Ávila. Bar del camarero cuello-buey. A eso de las 13:00 de la tarde. El grupo Petardo petardea a gusto, que para eso estabamos de domingo, tomando pinchitos.

En la tele del bar, allá en la pared del fondo, empiezan a echar anuncios de teletienda en lo que vuelven a enchufar las pistas de esquí (vete tú a saber qué campeonato de nosequé disciplina).
De repente, salen las típicas personas sentadas en el sofá acariciando a su perro/gato, y ponen su típica cara de "oh, este perro/gato/mascota cariñosa/mejor amigo del hombre me acaba de dejar llena de pelos, ¡cáspita!". No se preocupe señora, aquí tenemos este aparato, mezcla extraña entre cuchilla de afeitar, limpiacristales y espátula de pintor, que le quita a su perro los pelos sobrantes, y no duele ni nada.

Vemos imagen del perro siendo esquilado por el aparato en cuestión, con su cara de velocidad, o más bien de "si me estiran más la piel, tendré las tetillas por espalda". Cómprese, señora ama de casa, viejecito agradable, el increíble

¡FURminator!

Venga, gente, ¡se llama FURminator! Fur, furry ¿no? fur es pelo o piel, y furry es peludo. Venga, hombre, James se refería a la licantropía de Lupin como su "furry little problem" y la gente pensaba que tenía un "badly behaved rabbit". ¿Sigo siendo la única que se descojona cuando piensa en el Furminator? ¿una especie de exterminador de conejitos? ¿nada? ¿algo como el conejo asesino de los Monty Python, pero al revés? Bueno, pues nada.

La verdad es que el aparato parece que funciona, y los animalejos parecen encantados de que les soben. Pero, venga ya, ¡se llama Furminator!